
El concepto de biodiversidad va más allá del número de. También hace referencia a la estructura. Para cuantificar la biodiversidad, los científicos utilizan índices: cifras que por sí solas no significan nada, pero que sirven para comparar y observar cambios. Quizás los índices más famosos sean los usados en bolsa, que nos permiten saber si tal día ha habido ganancias o pérdidas, y con qué diferencia lo ha hecho la de Nueva York respecto de la de Madrid o la de Berlín. Existen múltiples formas de elaborar estos índices; algunos tienen en cuenta el número de clases de elementos y el de la frecuencia con que hallamos cada elemento. Es decir, es diferente la biodiversidad en un huerto en el que la mitad de lo que hemos plantado son tomateras y los dos cuartos restantes meloneras y sandías (tres tipos de elementos, uno constituyendo la mitad del total y cada uno de los otros una cuarta parte), que en otro huerto en el que hemos sembrado un tercio de cada hortaliza (las mismas tres clases de elementos, pero esta vez en proporciones iguales). Obviamente este ejemplo simplifica mucho y no tiene en cuenta las malas hierbas, los caracoles, lombrices, babosas, pájaros, hongos, arañas, insectos y demás seres vivos que aparecerán asociados al cultivo, pero creo que es bastante ilustrativo. A pesar de esto, en ocasiones podemos hallar estudios en los qu

El hecho de considerar la diversidad como algo más que el número de clases de elementos (sean especies, genes o ecosistemas) tiene una implicación muy importante: la pérdida de biodiversidad no se produce sólo con la extinción de especies o desaparición de ecosistemas: también las alteraciones en las estructuras de los paisajes donde están los ecosistemas, de las comunidades compuestas por especies, de la distribución de esas especies, etcétera, pueden suponer una pérdida de biodiversidad, con las probables consecuencias negativas asociadas.
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